viernes, 18 de mayo de 2012

El silencio de los gritos - Capitulo 1: Conóceme

Todo lo aquí expuesto son opiniones de la autora.


Esta es la segunda versión de una novela que escribí hace tiempo, novela que no llego a su final ni aun desenlace. Le eh cambiado el titulo pues ahora quiero darle un giro, conservar lo que era mi idea original y no mezclar entes sobrenaturales, pues no creo que les hagan falta. No se cada cuando escriba una entrada con la continuación, pero si siguen mi blog se que les llegara la notificación con esta historia. Sin mas preámbulos es presento la historia de Ayame.

El silencio de los gritos - Capitulo 1: Conóceme


Afuera se escuchaban los golpes de la lluvia, pero la habitación no tenía una ventana para comprobarlo. Una joven de ojos rojamente fríos, mirada muerta, cabellos plateados  y piel blanca y suave, se mantenía al margen de su lectura. El ruidoso despertador sonó, la joven se levanto de su cama, y recorrió la oscuridad del pasillo entre su cuarto y la entrada a la sala. Un joven de cabellos negros, ojos crueles, mirada penetrante, tez pálida y voz guresa la esperaba en aquel sitio, la joven tomo su mochila y sin nada mas dijo “me voy”.  Salió de la casa, con mucho pesar, “un día más un día menos”, esas eran sus palabras. Llego a un salón, que si bien las ventanas eran enormes, para ella la luz no entraba, se sentó en su pupitre y re-tomo su lectura. A su lado pasaba la gente, pero ninguno se notaba, día tras día, la misma rutina. Hasta que una mujer le dirigió la palabra “bruja”.  La joven, la miro con calma y gran pereza, para luego ignorarla retomando la lectura.

-          ¿No me escuchas? ¿Bruja?
-          Déjame tranquila
-          Todos aquí sabemos que eres una bruja Ayame
-          Agradecería que no me culpes por tu cara de rana
-          ¡¿Cara de rana?! ¡Mira quien lo dice! Tu eres horrenda… fea fea… por eso, ni tu hermano te quiere
-          ¡Déjame tranquila!
-          Señorita Ayame, le agradecería que dejara de molestar a sus compañeros
-          Pero… profesora…
-          ¡Ya basta! A la dirección…

Cada día recibía insultos de ese tipo, en ocasiones sus pertenencias le eran escondidas. A pesar de eso siempre era ella quien llevaba los castigos. Ella vivía refugiada en sus libros, como si los libros le fueran a dar lo que sus compañeros no. Lo que su hermano tampoco le daba. Simplemente esperaba el día en que terminara la escuela y desaparecer del mundo.

En la dirección le esperaba una persona, la misma que cada día le daba un poco de ánimo. Una joven de ojos azules, largos y lacios cabellos negros, su piel levemente cambiada por el sol, respondía al nombre de Ameli y era la única amiga que Ayame conocía. Sin importar como, Ameli se las arreglaba para defender a su amiga, tanto en la dirección como en su clase, lamentablemente eran de grupos diferentes, por lo que solo en el receso, entrada y salida, podían verse. Pero esta ocasión en particular sería diferente, pues el hermano de Ayame estaba cansado de verla en la dirección por tan variadas razones.

-          Nosotros debemos permanecer desapercibidos. ¿Cuántas veces me aras repetirlo?
-          Ya te dije, no soy yo quien busca los problemas.
-          Algo debiste hacerles.
-          Existir…

Makoto y Ayame había quedado huérfanos, una noche unos asesinos mataron a la familia, terminando muertos todos y cada uno de los implicados, sobreviviendo únicamente los dos hermanos.   Tras su supervivencia en la masacre las personas comenzaron a hablar de ellos, más específicamente de Ayame, se decía que ella había matado a todos. Los rumores venían desde sus 10 años, ella había aprendido a lidiar con los problemas, hasta entrar en la preparatoria.

Exactamente una semana, luego de iniciar la preparatoria, el sol estaba en todo su esplendor, se podía ver a todos jugando en el patio y colaborando con las actividades extras, algunos probando para elegir una, otros decididos a quedarse. Otros pocos habían decidido irse a casa. Se veían tan contentos jugando, sudando bajo el sol. Una joven saco una sombrilla negra con encajes blancos para esconderse de este.

-          Odio este maldito sol, odio asolearme, odio el calor, odio esta maldita escuela, odio..
-          Odias todo.

Ayame fue brutalmente interrumpida por su compañera de clases, una chica de ojos cafés, en extremo dulces, y siempre sonriente. Reviso a su compañera, miro sus calcetas con moños rosas y conejos, sus cabellos rubios y su rostro angelical, solo se digno a contestarle fríamente.

-          Claro... también a ti te odio
-          ¡Vamos! Seguro hay algo que no odies. ¿El negro quizás?

La joven alegre miraba atentamente los encajes negros colocados en el uniforme de Ayame, junto con el cráneo que usaba como broche en su pecho.

-          También lo odio
-          Anda, ¿entonces porque lo usas tanto?
-          Porque se me da la gana. ¿Que no tienes practica de alguna cosa?
-          No, ya no. Vamos. te acompaño hasta tu casa
-          No. Gracias
-          ¡Vamos chica! No pasara nada *toma a la otra joven del brazo*
-          Déjame no iré contigo
-          No te pregunte. Anda, anda.

Ayame buscaba como zafarse, debía llegar a casa a tiempo o su hermano la castigaría de nuevo, y solo se le ocurrió una cosa. Recordó que esa noche saldría a pasear con su hermano a donde siempre iban juntos, y que había prometido traer a una amiga esta vez.

-          ¿Y si mejor nos vemos esta noche?
-          ¡Eso es estupendo! ¡¿Donde a qué horas?!

Yugai saltaba como si de una niña pequeña se tratara. Se veía emocionada y feliz, porque había logrado lo que se propuso, hablarle a Ayame. Quien por su parte, se asqueaba de ver a aquella niña boba brincar como una niña de 5 años. Le dio una dirección y le dijo que a las 6 la vería en aquel lugar, extendió su sombrilla, hizo una reverencia y se fue dejando a la otra saltando ilusionada. Corrió lo mas que pudo para llegar a su casa, no sabía si lo que deseaba era ver a su hermano, o no ser castigada por este.

Mientras tanto su distractora se fue a caminar. Ella adoraba pasear por el parque cuando el sol daba a lo máximo, estaba emocionada por su plática con Ayame, miraba una y otra vez el papelito donde Ayame le dio la dirección. Miraba y suspiraba, hasta que fue interrumpida por otra amiga suya. Su amiga que había conocido gracias a su hermana mayor, quien llego de la nada a saludar. Provocando un sobresalto en Yugai, que estaba plenamente concentrada en recordar aquel día que vio a Ayame la primera vez, aquel día que miro por primera vez un rostro sin vida.

-          ¡Ameli! ¡No me asustes!
-          Así tienes la conciencia. Solo quería saber si, iras esta noche a bailar conmigo.
-          No creo... es que… bueno... veras.  IréconAyameestanoche
-          ¡Al fin te dignaste a hablarle y en sima consigues una cita con ella!
-          No... no... claro que no es una cita, ella ira con su hermano mayor. Aunque no se bien, no me dijo mucho.
-          Mucha suerte Yugai. Iras a un sitio que no conoces, con gente que no conoces. ¡Que miedo!

Mientras estas dos cálidas amigas se ponían al tanto de su día, Ayame corría desesperada a su casa. La chica corría colina arriba, sosteniendo firmemente su sombrilla. Al tiempo que corría, sentía lagrimas en su rostro. Lagrimas que brotaban al encontrarse desesperada y abrumada. Corría lo mas rápido que sus piernas le permitían, siempre con su mirada firme. La chica llego a su casa, abrió la primera puerta, cruzo el patio con calma y sigilo, seco el sudor de su frente y las lagrimas de sus ojos, deslizo la puerta de entrada de su casa que era enorme para solo dos personas, miro un poco su lúgubre, y escasa de vida, fachada, donde todo lo que crecía era un árbol al que ella sembró al llegar a ese lugar. Entro por la puerta, la luz se encontraba apagada. Se quito los zapatos, se puso las sandalias y sin mostrar su nerviosismo saludo.

-           Hermano, ya estoy de regreso. Perdona que llegara tarde, una compañera se me atravesó y…
-          No me interesan tus excusas. Se te dio una orden y la desobedeciste.

Makoto sujeto a su hermanita, jalándole el brazo como si quisiera desprenderlo. La chica sintió el jalón, tirando su mochila al piso y estrellándose contra la pared. Las órdenes eran claras y precisas, no podían permitirse el descuido de la vez anterior, era necesario que la joven se mantuviera lejos de cualquier percance, y más que nada, a la vista de su hermano. El joven, molesto, Guio a su hermanita hasta su habitación, dejándola encerrada por el resto de la tarde, con nada más que libros como compañeros y peluches por amigos. La pequeña hermana abrazo un típico oso café de ojos rojos, mirando la pared sin ventanas, y rogando que algún día, su hermano la entendiera y la dejase hablar.

La noche llego, era el momento de la cita y Yugai llego a la dirección acordada, desentonando completamente, con sus jeans de mezclilla y camiseta blanca. El sitio no era más que un viejo cementerio semi-abandonado, donde varias personas con ropas extrañas, y escasas de color, todos tenían un semblante serio, quizás aburrido, pareciera como si los muertos se hubieran levantado de sus tumbas. La pequeña de ojos brillantes no paso desapercibida, los jóvenes reunidos la miraban y susurraban a sus espaldas. Entre la multitud lograron reconocer cierto paraguas negro con encajes, y lazos azul marino. Ayame fue llamada a gritos. Con todas  las fuerzas de una emocionada chica.

El primero en divisar a la joven escandalosa, fue Makoto, quien de inmediato la desaprobó con la mirada, mando a Ayame a callarla, y más que nada, a cambiarla de ropa. Yugai miro a su nueva amiga que se dirigía a encontrarla, corrió a abrazarla con entusiasmo, pero su amiga se limito a llevarla a un mausoleo.

-          ¿Qué me cambie de ropa?
-          Por favor
-          Bueno, no hay problema… Sabes, yo solía vestir así todo el tiempo. Esta ropa me trae tantos, tantos recuerdos. De aquel entonces, en que yo tenía tu edad. ¿Cuántos tienes? ¿unos 16?
-          Tengo 15. Pero, ¿Cuántos años tienes tu?
-          18

Ayame no pudo ocultar su sorpresa, su compañera resulto ser 3 años mayor que ella. A pesar de la curiosidad, no le pregunto nada, y la guio al centro del cementerio. Todo el tiempo, al joven de ojos vivos aprisionaba, en un abrazo, a la joven de ojos inertes. Al centro del cementerio había una fogata, a su alrededor, cuatro personas se encontraban reunidas. Ayame se dirigió a
Riuy, el chico nuevo en la fogata, quien había entrado apenas unas semanas atrás. Makoto fue el primero en darle la bienvenida, el motivo hasta ahora era desconocido, pues Makoto no solía invitar a nadie a la fogata. Riuy, de cabellos grises, ojos negros y firmes, que acostumbraba ayudar a los demás, fue encontrado por Makoto a las afueras de la ciudad, trabajando para conseguir donde pasar la noche. No había planeado quedarse mucho tiempo, puesto que no acostumbraba estar en un solo sitio, pero una mujer le hizo cambiar de opinión, y solo por ella permanecía en la fogata. El joven se movió de sitio, haciéndoles espacio a las dos jóvenes, pero el tercer miembro de la fogata les impidió el paso. De manera sarcástica y grosera se dirigió a Ayame.

-          Dale tu lugar a tu amiga, se amable.
-          Leiko, hazme el favor de no hablarme.

Leiko, compañero de escuela de Ayame, simplemente no eran compatibles. Ese joven de ojos y cabellos negros siempre tenía que insultar a Ayame para sentirse cómodo. Miro a Yugai de arriba abajo desaprobándola con un gesto nada disimulado. Finalmente se hiso a un lado permitiéndoles sentarse alrededor de la fogata. Yugai pareció cambiar de actitud, se volvió mas fría y su chispa desapareció. La conversación no fue amena, la mayoría del tiempo se limitaban a mirarse. Al término de la noche Ayame la acompaño fuera.

-          Esa actuación, ¿a qué se debe?
-          ¿Actuación?
-          Esa actitud fría. Tú no eres así
-          La verdad Ayame, tú no sabes cómo soy

La noche finalizó.

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